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Representatividad

En estos tiempos líquidos, como denominaba el sociólogo y filósofo,  Premio Príncipe de Asturias Zygmunt Bauman a la sociedad contemporánea, en los que la volatilidad y los cambios se producen a velocidades de vértigo, en especial por la rapidez con la que se transfiera la información, pero también por el fuerte impacto, que sucesos inesperados, como la pandemia o incluso la invasión de Ucrania por parte de Rusia, debemos comenzar a discriminar, de una vez por todas, las opiniones y argumentos de charlatanes y pseudoexpertos de aquellos que efectivamente se juegan la piel.

Los autónomos estamos hartos de encontrar tertulianos y expertos variados que, atendiendo supuestamente, a nuestros intereses hacen seguidismo de las opiniones vertidas por ejecutivos corporativos, banqueros, magnates, etc, gente que no se juega la piel y que tiene bien atado su futuro de una manera o de otra.

En nuestra sociedad existe una amplia variedad de personas que tienen algo que perder y deben arriesgarse, y entre ellos sin duda estamos los autónomos.

Mientras, otros miembros de la sociedad viven separados de las consecuencias de sus actos.

Por ello es fácil observar a representantes políticos de todos los niveles y colores en nuestro país tomar decisiones, lanzar soflamas o comprometer gasto sin que sus actos les supongan efecto alguno en sus vidas personales presentes y futuras. Incluso  se dan casos en los que sus decisiones provocan daños entre sus subordinados pero no para ellos.

Los emprendedores somos aquellos que nos jugamos nuestro capital, arriesgamos nuestro patrimonio en pos de una idea o para proveernos de un medio de vida. Sin embargo,  muchos medios de comunicación acostumbran a llamar emprendedores o empresarios a aquellos que administran el patrimonio de otros o que utilizan capital financiero para desarrollar una idea con el único objetivo de venderla al mejor postor. Algo que a mí me gusta llamar, gestación subrogada de empresas.

Hasta tal punto esta interiorizada esta situación que ni siquiera aquellos que nos jugamos la piel, nos escandalizamos de ver y escuchar a aquellos que dicen hablar en nuestro nombre.

Resulta paradójico que aquellas entidades que afirman defender los intereses de los autónomos,  y a los que el Estado y las Comunidades autónomas reconocen como tal, estén íntimamente relacionadas con estructuras que nada tienen que ver con los trabajadores autónomos, y es que ni los Sindicatos ni la Patronal tienen las reclamaciones de los trabajadores autónomos entre sus intereses prioritarios, lo que no es óbice para que efectivamente sean ellos los que estén prestando su voz a nuestro colectivo en las conversaciones con los sucesivos gobiernos.

Tal y como expresaba en el artículo anterior nada más lejos de mi intención que restar valor e importancia al papel que estas u otras instituciones pueden y deben jugar en el diálogo social con las administraciones públicas. Ahora bien, es de justicia expresar la certeza de que esas instituciones no pueden representar en modo alguno a un colectivo de trabajadores autónomos, menos aún cuando ni siquiera van a sufrir los efectos de esa representación, ya que cualquier decisión que tomen no sólo no les va afectar lo más mínimo en lo personal, sino que tampoco va a tener efecto alguno en su responsabilidad si su decisión ha sido errada.